jueves, 10 de enero de 2019

De la sustentabilidad ecológica a la sustentabilidad económica.


La dimensión de la sustentabilidad económica pudiera considerarse una consecuencia tendencial del sistema de producción y la competitividad del mercado. Sin embargo, la acumulación de riquezas es y pretende continuar siendo el motor que mueve el mundo, lo que ralentiza cualquier cambio que intenta darse en el sector y la transformación de los sistemas de producción.

No obstante, es evidente que a pesar de la resistencia de los sectores conservacionistas que viven del capitalismo, quienes han basado la acumulación de fortunas en la industria de los combustibles fósiles y el despilfarro, el auge y la demanda de nuevas tecnología, limpias y eficientes, logran posicionarse no tan rápido, pero de manera sostenida.


Una de las mayores controversias es asignar valor a bienes y servicios ambientales, para mejorar la toma de decisiones que consideren las particularidades individuales y sociales, entendiendo que con esto se avanzaría hacia el desarrollo sustentable. Así lo definen las distintas teorías del desarrollo que han tenido como base las doctrinas económicas.

“El desarrollo sustentable utiliza las herramientas de la economía para operativizarse, es decir, para poner en práctica los elementos que permitan alcanzar esta aspiración o principio ético, lo que hace a través de dos aproximaciones o enfoques: la economía ambiental y la economía ecológica”. (Haro A., Isabel T.  2014)[1].

Tanto la economía ambiental como la economía ecológica tienen como propósito y objetivo integrar la naturaleza a la economía. Sin embargo, presentan sus diferencias modales.

“Según el enfoque de la economía ambiental, la inexistencia de mercados en este tipo de bienes y servicios se explica por la ausencia de derechos de propiedad bien definidos como sucede en el caso de los bienes públicos (el aire que respiramos o la capa de ozono) y los recursos comunes (los bosques abiertos o acuíferos no regulados), ambos se caracterizan por la no exclusión, es decir, no puede excluirse a nadie de su disfrute, sin embargo, se diferencian porque en el primero no existe rivalidad en el consumo, pues su uso no reduce su disponibilidad, mientras que en el segundo sí”. (Carciofi y Azqueta, 2012[2]).

El problema que se avista con este enfoque radica en ser una extensión del sistema económico tradicional donde se utiliza la misma lógica del mercado para dar valor al ambiente y de esta manera perseguir la calidad ambiental.

En cuanto a la economía ecológica, su crítica hacia los planteamientos de la economía ambiental le hace profundizar en los aspectos sociales y ecológicos que la economía convencional no ha considerado. “La economía ecológica se centra en la naturaleza física de los recursos y su vínculo con los sistemas que se interrelacionan; toma en cuenta desde la escasez y la renovabilidad de los mismos hasta la nocividad y el posible reciclaje de los residuos generados; tiene el propósito de orientar el marco institucional y generar propuestas de solución (Naredo, 1994[3])”.

Por la dificultad entre las tres dimensiones del desarrollo sostenible, el enfoque de la economía ecológica apunta al análisis de los problemas de forma transdisciplinaria que den respuesta a las problemáticas ambientales y sociales, reconstruyendo el marco conceptual de la economía a la luz de las leyes de la naturaleza.


Es indispensable que el desarrollo económico de empresas, mercados e industrias camine de la mano con una gestión responsable de los recursos naturales y el medio ambiente. El desarrollo económico no puede darse a costa de la destrucción de los ecosistemas naturales, no puede dañar el contexto en el que vivimos y del cual dependemos.

Tal como plantea Foladori, Guillermo (2007) en su artículo Paradojas de la sustentabilidad: ecológica versus social. que “sólo la reducción de las fuerzas del mercado, que también implicaría modificaciones en las relaciones de producción, podría establecer una relación más equilibrada al interior de la sociedad humana y con la naturaleza externa”.

Y ciertamente se requiere un cambio en la conciencia del mercado hacia la reducción de la presión sobre los ecosistemas naturales. Hasta tanto los grandes poderes económicos que mueven la economía global continúen apostando a prácticas de negocio conservadoras, sin pretensiones de cambiar su sistema de producción, difícil encontrar el equilibrio entre la sustentabilidad económica y ecológica.

Por otro lado, los bienes y servicios ecosistémicos que brinda el medio ambiente pudieran tener un valor conferido por su carácter utilitario para satisfacer las necesidades humanas, tal como propone la economía ambiental.

“Si consideramos que el medio ambiente proporciona una amplia gama de valores que afectan de forma positiva el bienestar, entonces podemos decir que adquiere un valor para la sociedad” (Azqueta, 2002)[4]. El valor integral de los recursos naturales solo puede partir de una visión conjunta entre la información económica y la biofísica, reduciendo la brecha de información existente entre las relaciones biofísicas de los ecosistemas naturales y su valor eco-hidrológico. Identificar los servicios de los ecosistemas proporcionados por una región y evaluar su contribución al bienestar humano es una tarea de enormes proporciones (Maynard et al., 2014)[5].

La economía ecológica por su parte aborda los problemas básicos como retos elementales que deben superarse a escala sustentable, con distribución justa de los recursos y derechos de propiedad, y la asignación eficiente de recursos entre los usos finales del producto que vengan dadas por la capacidad de pago de las personas. “Aun cuando la asignación y distribución son tratadas por la economía convencional, la escala ha sido prácticamente excluida, por lo que es necesario considerar tanto la asignación como la distribución en torno a la sustentabilidad ecológica (Costanza et al., 2014; Costanza y Folke, 1997)[6].

Finalmente, para lograr el equilibrio entre ambas dimensiones deben fijarse los límites ecológicos de la escala sustentable, estableciendo normativas y regulaciones que enmarquen el desarrollo económico en la base de esos límites, de manera que se reorganice con políticas de sustentabilidad, la distribución de forma justa y equitativa mejorando el acceso a estados de igualdad consensuados en función del beneficio social, con una asignación eficiente de los recursos del mercado.




[1] Haro A., Isabel T. (Ed.) Sustentabilidad y economía: la controversia de la valoración ambiental. Econ. soc. territ vol.14 no.46 Toluca sep./dic. 2014
[2] Carciofi, Ignacio y Diego Azqueta (2012), "Territorio, desarrollo tecnológico y gestión de recursos naturales renovables: el caso de la pesca", Investigaciones Regionales, 23, Asociación Española de Ciencia Regional, Alcalá de Henares, pp. 145-170.
[3] Naredo, José Manuel (1994), "Fundamentos de la economía ecológica", en Federico Aguilera Klink y Vicent Alcántara (eds.), De la economía ambiental a la economía ecológica, Icaria, Barcelona, pp. 231-252
[4] Azqueta, Diego (2002), Introducción a la economía ambiental, McGraw-Hill, Madrid.
[5] Maynard, Simone, David James y Andrew Davidson (2014), "Determining the value of multiple ecosystem services in terms of community wellbeing: who should be the valuing agent?", Ecological Economics (s.p.i.)
[6] Costanza, Robert y Carl Folke (1997), "Valuing ecosystem services with efficiency fairness and sustainability as goals", en Gretchen C. Daily (ed.), Nature's services: societal dependence on natural ecosystems, Island Press, Washington, pp. 49-68.
Costanza, Robert, John Cumberland, Herman Daly, Robert Goodland y Richard Norgaard (2014), An introduction to ecological economics, St. Lucie Press, Boca Raton.




Escrito por:
María Isabel Serrano Dina

Publicado:
Jueves 10 de enero 2019,
Santiago, República Dominicana.

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