¿Es posible hablar de consumo y producción sostenible en la región latinoamericana?
Una granja de crianza libre con gallinas,
vacas, cerdos, donde se alimentan y cuidan de manera natural, paseando
libremente al sol y la sombra del arbolado. Una finca en la cual los cultivos
están mezclados, por compatibilidad en el uso del suelo y absorción de
nutrientes, libre de agroquímicos sintéticos, que funciona como la naturaleza
lo hace en su estado natural. Una comunidad que se alimenta con productos de
manufactura local, con criterios de responsabilidad social y procesos amigables
con el ambiente. La autoconciencia para reducir el consumo de productos
desechables de un solo uso, para erradicar el uso de productos derivados del
petróleo, el aprovechamiento de las aguas grises y su eficientización para el
consumo; una empresa que reduce el consumo de papel, que mejora la calidad de
vida de sus empleados dentro y fuera de la empresa, que promueve hábitos
saludables dentro de la empresa y desarrolla iniciativas para aportar a su
entorno en mejora del ambiente y la sociedad.
Una ciudad que aprovecha al 100%
los residuos inorgánicos revalorizando los materiales para generar valor y
nueva materia prima, reduciendo con esto la necesidad de extraerlos del
ambiente; y que procesa lo orgánico para producir abono, con procesos sociales
inclusivos y participativos, contribuyendo simultáneamente a la reducción de
las fuentes generadoras de contaminación. Un país que trabaja en reducir la
pobreza, una de las mayores causantes de la contaminación urbana y rural,
apostando a nuevos sistemas de producción que generen alternativas laborales
con nuevas ofertas de empleo.
Claro que es posible, y cada vez más demandado por los consumidores en la actualidad.
Fotografía: Fuente externa
Sin embargo, aún tenemos el mayor porcentaje
de la población mundial con hábitos de consumo alineados al sistema capitalista,
basado en producir bienes de consumo para movilizar rápidamente la economía del
mercado mientras se engrosa la deuda pública, contribuyendo a la generación de
más pobreza, en un falso espejismo de bienestar que vende la idea de vivir
cerca del desarrollo, rodeado de servicios no accesibles.
Pudiéramos encontrar una definición apropiada
de consumo y producción sustentable dependiendo la región en que se
contextualice.
En la Europa occidental hablar de hábitos
sostenibles de consumo y producción genera una presión importante sobre las
capacidades y disponibilidad de recursos que dispone América Latina para
adoptar hábitos de consumo y producción sostenible, en gran medida gracias a
los incentivos europeos, o la falta de estos en América Latina. La calidad de
vida en Europa occidental ostenta un sistema económico desarrollado en el cual
la sostenibilidad viene como resultado de un proceso gradual que ha permitido a
los países europeos asumir los hábitos por competitividad de mercado y en
algunos casos por mejoras en el mismo sistema. Por lo tanto, la consolidación
de la economía europea es un aspecto esencial del desarrollo sostenible que
permite invertir en mejorar la educación, la tecnología, el medio ambiente y la
calidad de vida de su sociedad. Condición que empezó a cambiar ligeramente con
el declive económico sostenido desde el 2007. La capacidad económica de una
nación hace la diferencia al implementar hábitos más sostenibles.
Para América Latina por el contrario, los
desafíos económicos, sociales y ambientales, también culturales, limitan la
capacidad de la región para cumplir objetivos de sostenibilidad tanto en la
producción como en el consumo. Sin incentivos o programas de apoyo para
emprendedores sostenibles, para nuevas inversiones o cambiar procesos
antiguados y sucios, resulta más distante la posibilidad de alcanzar las metas
ideales de sostenibilidad.
Podríamos además evaluar los países
orientales, el Continente Africano y Australia, para entender que la
sostenibilidad aún permanece ambigua como concepto aplicable si no se adapta a
la realidad de cada territorio. La definición del consumo y la producción
sostenible requiere apoyarse de la capacidad real de cada sociedad para
implementar hábitos saludables que beneficien las personas y su ambiente,
contribuyendo a una economía más sólida y estable.
A modo general, el consumo y la producción
sostenible deben contribuir a mejorar la condición y capacidad regenerativa de
los recursos naturales, así como a mejorar la calidad de vida de la sociedad
incentivando nuevas formas de crecimiento de la economía que tengan como base
la ética ambiental y social.
Escrito por: María Isabel Serrano Dina
Publicado:
Jueves 3 de enero 2019,
Santiago, República Dominicana.
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